Las heroicas piernas de mi general Santa Anna
Una de las figuras históricas más repudiadas en México es sin duda Antonio López de Santa Anna. Su recuerdo es tan ingrato para la mayoría de los mexicanos, que en realidad la gente sabe muy poco de él. Siempre se le relaciona con la pérdida de más de la mitad del territorio nacional en manos de los Estados Unidos. En general se le tiene como un gran traidor, megalómano y dictador.
Todo esto hace que muchos episodios notables en la historia nacional pasen desapercibidos, a pesar de que de suyo son en extremo notables o pintorescos. Por lo mismo muchas inexactitudes acerca de Santa Anna han prevalecido y se les tiene por verdaderas.
A pesar de todo lo anterior, Antonio López de Santa Anna, es una de las figuras claves en la historia de Norteamérica, tanto para México como para Estados Unidos, y en general en ninguno de ambos países se le reconoce como tal. Sus pésimas campañas contra los independentistas texanos y contra la invasión estadounidense resultaron benéficas para ambas causas, favoreciendo la expansión anglosajona hacia el sur y el oeste, con lo que Estados Unidos adquirió vastísimos territorios ricos en recursos naturales y poco poblados, hacia donde pudo emigrar con mayor facilidad la ya numerosa población de Nueva Inglaterra.
En México se le considera traidor, y se pasan por alto su azarosa vida y sus servicios a las causas nacionales. Igualmente se le considera un tirano sin ideología que lo mismo abrazaba una causa como a la contraria. Sin embargo, una somera revisión de su biografía nos convencerá que este personaje tampoco puede ser considerado el mal absoluto. Como todo ser humano, tuvo sus luces y sus sombras.
En esta ocasión nos referiremos a dos episodios que nos muestran el otro aspecto de Antonio López: el patriota. En efecto, siendo sólo un cadete, Antonio participa en una expedición para combatir a los independentistas desde la sublevación de Miguel Hidalgo.
Ya como teniente coronel decidió cambiar de bando, justo cuando Iturbide hacía lo mismo para buscar la independencia. De esta manera, Antonio López protagoniza la última batalla en la guerra de independencia, el 18 de mayo de 1821, cuando declarándose general manda una nutrida fuerza de caballería que persigue desde Córdoba a los realistas que huían derrotados hacia Orizaba.
A partir de entonces, Santa Anna participa en la tormentosa vida política del México independiente. Según el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, llegaría a ser Presidente seis veces, y no once.
El segundo evento que nos muestra al Santa Anna patriota y triunfante es poco conocido: al estallar la Guerra de los Pasteles, contra Francia, la guarnición de Veracruz capituló ante los invasores. Fue entonces cuando arribó el general con su tropa, desconociendo la rendición y se dispuso para el combate.
Los franceses desembarcaron e ingresaron en el puerto de Veracruz, topándose con la feroz resistencia de la brigada de Santa Anna. Siendo un militar pundonoroso, el general dirigió en persona las operaciones, y se condujo con tal acierto que logró rechazar a los franceses, quienes se repliegan ordenadamente hacia sus buques.
Viendo posible la victoria, Antonio dirige la carga contra el enemigo, el cual usó su artillería para contener a los mexicanos. Los certeros disparos de cañón causaron estragos en la tropa local, incluso un impacto alcanzó el sitio donde se hallaba el general.
Creyéndolo muerto, sus soldados se apresuraron a rescatar el cuerpo, percatándose con consternación que su caudillo ha sobrevivido pero al alto precio de perder la pierna izquierda y algunos dedos de las manos. En estas circunstancias los defensores se retiraron una legua del puerto, con lo que cesó ese ambiguo combate.
Dueño de un natural talento histriónico, apenas recuperado el general, ordenó que su pierna fuera conservada. Al volver a la Ciudad de México, Santa Anna se proclamó defensor de la patria, y en el colmo de la extravagancia hace exhibir su heroica extremidad, que ha dado la vida por la patria. No contento aún, la hace sepultar con honores militares.
No terminaron ahí las andanzas de las piernas de mi general. Santa Anna se hizo fabricar una buena prótesis, con la que se presentaba con dignidad a donde quiera que fuera. La llevó incluso a la guerra contra los Estados Unidos, con tan mala fortuna que la perdió en circunstancias extrañas. Es decir, fue sorprendido por el enemigo y huyó apresuradamente, lo cual ya era su costumbre desde la batalla de San Jacinto. Sólo que esta vez se le olvidó llevar su pierna consigo.
(2) Los estadounidenses hicieron prisionera la valiente pierna, y muy orgullosos, aunque no la homenajearon, si la exhibieron desde entonces en un museo.