Camilo Torres; el último cura guerrillero
Papá cuéntame otra vez que tras tanta barricada y tras tanto puño en alto y tanta sangre derramada, al final de la partida no pudisteis hacer nada, y bajo los adoquines no había arena de playa Ismael Serrano
Ya son 50 años desde que mataron a Camilo Torres Restrepo en su primer combate, un 15 de febrero del año 66. El mismo año en que los Beatles lanzaron su álbum Revolver y las comunas hippies se organizaban en Estados Unidos. Solo dos años antes del Mayo del 68 francés. Tenía 37 años, una vida eclesiástica, una formación académica e intelectual vinculada a las ciencias humanas, especialmente a la sociología, formando de esta ultima su primera facultad junto a Orlando Fals Borda en la Universidad Nacional de Colombia.
Camilo Torres, como muchos otros, es uno más, uno más de la lista que día a día se vuelve más larga en donde los colombianos marcamos con sangre los nombres de las personas que nos son arrebatadas, personas que buscaron una vida mejor para los otros. La desigualdad social, ese paria cancerígeno de nuestra realidad nacional, es el mismo ahora que hace 50 años, y es el mismo que Camilo combatió.
Hace poco el Sr Rayón intervino en la Universidad Nacional uno de los lemas de propaganda de los grupos de capuchos que se afilian a la ideología de Camilo, colocando "Camilo vive en arriendo", para expresar su descontento con el uso que le han dado al mártir eleno. Yo le agregaría algo más, a Camilo lo arriendan los grupos subversivos que ponen su imagen en un pedestal para llamar a nuevos jóvenes a las filas del combate, pero también lo arriendan los que creen que fue un cerdo comunista, un malhechor bandido, que merecía morir a bala en el monte como todos esos "sucios guerrilleros".
Yo lo tomo en arriendo para poner en perspectiva un asunto importante y es el cómo estamos escribiendo nuestra historia y qué estamos aprendiendo de ella. Un personaje que mezcla vida académica con conciencia guerrillera, en años tan convulsos como los años 60s, nos obliga a pensar en la forma en que aplicamos un legado que se queda encerrado en la academia y no brota en los cimientos mismos de la sociedad.
Camilo venia de una familia burguesa, de una religión sumamente conservadora, la misma que ha ocultado pedofilia y violaciones a los derechos humanos, la que se agarra fuertemente de la mano con el poder y la que tenía entre sus filas a los curas que echaban bala en el centro de Bogotá a los manifestantes que se alzaron por la muerte de Jorge Eliecer Gaitán en aquel 9 de abril de 1948. Y sin embargo se soltó, se liberó, supo amar a Jesús, estudiar la biblia, defender la iglesia pero a la vez tener sentido común con lo que estaba pasando.
Porque así como ahora, quizá hasta peor, la sociedad colombiana estaba inmensa en una serie de acontecimientos que tarde o temprano terminarían en violencia. Lo de Camilo, lo de las guerrillas, no fue simplemente un accidente por azar, o una idea adoptada por cierta gente para tomar el poder y tumbar a los enemigos, todos ellos eran fruto de una cadena de hechos históricos, de matanzas y violencia, de un país que se construyó a base de mentiras, por próceres mezquinos y asolapados que fundaron un país solo en busca de sus propios intereses y no en los de todos los mortales que habitaban estas tierras.
El país que es dirigido, aun hoy día, por la misma secta oligárquica de blancos, ricos, dueños de los medios de comunicación, de las empresas, de los grupos económicos y hasta de nuestras propia vidas. Manejan nuestra dieta, nuestro salario, nuestras universidades y si nos descuidamos un poco hasta nuestra manera de pensar. Camilo se dio cuenta de esto, la gente que se alzó en armas se dio cuenta de eso, aquello no pasó por decisión sacra del espíritu santo, aquello tiene un contexto histórico y unas implicaciones sociales gravísimas para nosotros.
Pero no, la gente prefiere la fácil, y por eso digo que Camilo solo queda en la academia, porque más allá de las universidades, y tristemente solo en las públicas porque en las privadas poco o nada se habla de él, no tiene vida, o si la tiene es la que los medios de comunicación siempre han sabido darle: bandido, terrorista, etc. De él se pueden extraer tantos razonamientos, tanto de su pensamiento como de su vida, que se convierte en punto de referencia en la historia del siglo XX en Colombia.
Por eso lo tomo de arriendo, porque sirve de paradigma para las miles de personas que han sido asesinadas por el estado, para los insurgentes muertos, para los soldados muertos, para los de la Unión Patriótica, los del M-19, los civiles, los militares, y todo aquel que ha quedado tendido entre el cruce de disparos de sentimientos y emociones en un país que hoy, 2016, se niega a cambiar.
Esto no es, y no lo vaya a confundir, un artículo embellecedor de una ideología setentera de guerrilla y revolución que ya está mandada a recoger. Yo no creo en el discurso trasnochado que tenía Latinoamérica en aquellos tiempos, por lo mismo, porque eran otros tiempos. Sin embargo, entiendo aquellos tiempos ahora que los puedo ver de lejos, y reafirmo la necesidad de poner en discusión en las universidades, los bares, los sitios de reunión, a una figura como la de Camilo.
Eso lo digo porque me recuerda un poema de Miguel Ángel Asturias que iba dedicado a Sandino, el revolucionario nicaragüense que se opuso a los gringos hace ya tantos años: Hablad en las plazas, en las universidades, en todas partes, de ese general de América, que se llamó Augusto César Sandino/Usadlo contra el panamericanismo del silencio y que resuenen nuevas voces de juventudes alertas en las atalayas, pues la lucha de Sandino continúa.
Como dije antes, esto no es discurso trasnochado, es historia que renueva, que nos sirve para entender y entendernos, que si bien los tiempos cambiaron debemos estar dispuestos a dar nuevas luchas, y no hablo de lucha armada ni más faltaba, hablo de la lucha por nuestros derechos, por nuestro país, la lucha por la dignidad de las personas, por la solidaridad y el respeto, la lucha por nuestra propia supervivencia en un país como el nuestro.
García Márquez dijo alguna vez que "lo que más me interesa del mito de Camilo es que es una demostración más y muy triste de que América Latina no cree sino en héroes muertos", y yo le doy la razón, porque aquí los mártires, como las víctimas, no sirven nada más sino para abonar la tierra. Qué triste todo ¿no? Pero si hay una cosa que me parece lamentable es escuchar el discurso de los que odian a Camilo, que lo vinculan al terrorismo y lo montan en una imagen tergiversada cuando el hombre no era más que un sacerdote que se dio cuenta que Jesús en sus tiempos también fue un subversivo, que la situación en este país estaba jodida, que se necesitaba hacer algo, que dejó un legado académico importantísimo y que tal vez su error más grande fue la impotencia tan desgarradora que debió sentir para tomar la decisión de irse para el monte, sin ser guerrillero, a formar parte de una vida militar que lo terminó matando. ¿Y después de eso que pasó? Nada, como siempre suele ser en Colombia.
Ni los que lo toman como mártir para justificar una lucha que ahorita no tiene sentido desde la vida armada, hasta los que lo desprecian por su vinculación a una guerrilla como el ELN, podrán quitar de la memoria del país a Camilo Torres, y no el centralista de la Patria Boba, sino al sociólogo, cura, ser humano y guerrillero. Porque así como yo lo conocí la primera vez que vi su rostro pintado en la biblioteca general de la Universidad Nacional y luego investigué quien era, así lo seguirán descubriendo muchos otros y muchos más, para entender que, aunque sea difícil de creer, en algún otro tiempo hubo en Colombia gente con huevas, con inteligencia y con dignidad.