El día que la Legión Extranjera fue derrotada en Camarón, Veracruz
Cada 30 de abril, en Camarón de Tejeda, Veracruz, se reúnen funcionarios de los tres niveles del gobierno mexicano y representantes de Francia, acompañados de numerosos ciudadanos locales, y no es para celebrar el día del niño. El motivo de la celebración es ni más ni menos que una batalla ocurrida hace 153 años, durante la intervención francesa. Los contendientes fueron las tropas del ejército mexicano, del gobierno liberal, contra la célebre Legión Extranjera, uno de los selectos cuadros que Napoleón III envió a México para apoyar la instauración del Imperio del archiduque Maximiliano.
Aquella guerra tuvo una serie de causas, entre las que se cuentan el largo conflicto entre liberales y conservadores, el deseo de Francia de extender su influencia a América, y las aspiraciones monárquicas de los círculos políticos más reaccionarios, los cuales ofrecieron la corona del segundo Imperio a Maximiliano de Habsburgo.
Lo que durante años fue una guerra civil entre liberales y conservadores locales, fue desplazado por una contienda de tipo intercontinental, donde en un bando peleaban solos los mexicanos leales a la República, y del otro los imperialistas franceses apoyados decididamente por los conservadores. Los Estados Unidos tenían su propia guerra civil y no pudieron intervenir en auxilio de sus afines ideológicos juaristas.
En 1862, tras una ofensiva arrolladora en el estado de Veracruz, los franceses fueron contenidos en la batalla del 5 de mayo en Puebla. Sin embargo, en 1863, las tropas de Napoleón III lograron cercar la misma ciudad. Las comunicaciones entre esa plaza y el puerto de Veracruz eran difíciles para ambos contendientes, debido a la presencia de soldados tanto republicanos como imperiales. Por eso mismo, los envíos de mercaderías y dinero debían ser escoltados por militares bien pertrechados.
Tomar Puebla no era el único reto de los franceses, también debían procurar el abastecimiento de sus fuerzas en Veracruz, y era más fácil realizarlo por tierra que por mar. El 29 de abril, un convoy de 64 carros se dirigía al puerto transportando diversas mercaderías y oro. Para custodiar el convoy fue comisionada la Legión Extranjera, un cuerpo expedicionario formado por franceses, pero también por españoles, daneses, alemanes y suizos.
Durante el viaje, el coronel Pierre Joseph Jeanningros fue notificado de la cercanía de un numeroso contingente de republicanos mexicanos. Ante esta situación, decidió enviar a explorar el terreno a un destacamento bajo el mando del capitán Jean Danjou. De este modo, 62 legionarios marcharon al encuentro del enemigo.
Iniciada la marcha durante la madrugada, los militares se vieron en la necesidad de descansar en Palo Verde, un paraje cercano a la entonces Hacienda de Camarón. Cerca del mediodía lograron avistar al improvisado ejército republicano, mal armado pero bastante numeroso: 800 jinetes y 2200 soldados de infantería, comandados por el coronel Milán. De inmediato comenzó la Legión Extranjera el ataque con sus piezas de artillería, causando cuantiosas bajas a los mexicanos.
No obstante, ante la superioridad numérica del adversario los legionarios se vieron forzados a buscar refugio en una posada abandonada, cercana al caso de la Hacienda. Fue como entrar en una ratonera. Los mexicanos se habían adelantado y colocaron grandes piedras en el interior para estorbar a sus enemigos, luego se retiraron y dejaron entrar a los legionarios y los cercaron. Se verificó así un encarnizado duelo de fusilería que se prolongaría durante horas.
Al filo del mediodía cayeron en combate Danjou y su lugarteniente, pese a lo cual los extranjeros se empecinaron en resistir; para colmo la posada es incendiada y los sitiados se quedan sin agua. Uno a uno van cayendo los legionarios, hasta que a las cinco de la tarde sólo quedan en pie doce soldados. Las municiones se terminan. Decididos a morir antes que ser rendidos, los legionarios hacen un desesperado ataque final a bayoneta calada. Al finalizar la carga, sólo quedan sin abatir tres de los sesenta y dos legionarios iniciales. Los demás están muertos o heridos.
Admirado por el ardor de los combatientes europeos, el coronel Milán ordena respetar la vida de los supervivientes, y evita que sus enfurecidos hombres descuarticen los cuerpos de los caídos. La derrota ha sido honrosa para los tres legionarios que quedaron en pie: acceden a rendirse, pero obtienen que se les permita marcharse con sus armas, su bandera y el cuerpo del capitán Danjou. Dejan detrás suyo decenas de compañeros heridos, cuyas vidas serán respetadas y más tarde canjeados por prisioneros mexicanos.
Desde entonces, México y Francia recuerdan con orgullo esta batalla, el primero por la victoria sobre la Legión Extranjera, y la segunda por la gloria y el honor alcanzados por sus soldados.