La magia del circo; arte, cuerpo, mente y vida
La finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia. Aristóteles
Bogotá, la coqueta, la positiva, la humana, la 2600 metros más cerca de la estrellas es en sí misma una muestra propia de arte vivo, calles que respiran, avenidas de colores, montañas que retumban con las melodías, edificios que se mueven a través de la neblina que emerge de la sabana, un caldo de cultivo ideal para el artista urbano. El arte circense fue tomando forma en la edad media, los llamados "Saltimbanquis" (Malabaristas, trapecistas y acróbatas) eran artistas errantes y enigmáticos que viajaban de ciudad en ciudad mostrando sus destrezas corporales y robando sonrisas. Ya en el renacimiento adquirieron cierto prestigio, los enigmáticos personajes se vieron acompañados de gitanos (una cultura rica en el arte de la quiromancia y el dominio de animales salvajes) lo que potenció la fama acerca de sus increíbles hazañas físicas, esparciéndose así por todo el mundo occidental y jugando un papel importante en las sociedades y el mundo urbano (que apenas iniciaba) enriqueciendo la cultura y el arte corporal.
Ahora bien, los Saltimbanquis de la capital del país conservan características de sus antecesores pero con detalles actuales. Los hay de todas las clases: vegetarianos, especistas, punkos, antifascistas, etc. Desde las plazas, los escenarios, las calles y los semáforos son muchos los jóvenes que encuentran en esta expresión cultural una liberación completa al mundo de la civilización del espectáculo, una manera de liberar el arte mediante los sentidos y volverlo semejante a nosotros a través del cuerpo, de los movimientos, de la fuerza que va desde la punta del pie hasta el dedo índice, conjunto armonioso gracias al equilibrio y la danza, una forma honesta y creativa de obtener una ganancia que aunque mal paga es más que merecida. No hay un gremio oficial y elaborado por decirlo así, pero todos son hermanos, hay respeto entre pares, nadie es más ni menos, cada esquina y semáforo es compartido por todos. Bogotá es una ciudad difícil comparada con otras, no siempre es tan fácil reunir lo deseado, pero existen personas generosas que dejan al menos "un cuarto de 10 lukas" como me dice Tonatiuh, uno de tantos jóvenes que recorren las calles con unas monedas, unos malabares, y un monociclo en la espalda.
Para Tonatiuh y sus parceros (Francesco, María y Marcelo) los días pasan entre malabares, diábolos, cintas y vino barato. Ellos viajan de mochileros como los antiguos saltimbanquis, conocen y nutren el circo en distintas partes del país, enigmáticos, amigables, siempre dispuestos a sacar sonrisas. ltimamente han surgido ideas de formar un grupo de teatro, una comparsa, un circoguerrilla (artes circenses con carga política), sin embargo el estudio de algunos o el trabajo de otros han interrumpido momentáneamente los planes. María por su parte, me habla del terrorismo poético, de cómo esto te cambia la forma de concebir la realidad, de cómo esto te cambia la vida, de cómo el manejo del fuego, de las cintas, del cuerpo en sí, se vuelve una extensión del alma, algo así como un lazo que va tocando y atrapando a todos en la estética circense de la existencia.
A veces desde la comodidad de un carro o la incomodidad del transporte público no percibimos que cuando el vehículo se detiene (si nos encontramos en el momento y la calle correcta), un personaje hace su pequeño acto en la mitad de la calle y se dirige escurridizo entre los monstruos de metal y el dióxido de carbono buscando la colaboración del ciudadano, un valor paupérrimo para seguir el trajín diario del artista anónimo y callejero, que estudia, que trabaja, que se enamora, que vive, que sueña, que ríe y que llora, pero sobretodo que crea arte con el cuerpo, con el circo, con eso que algunos locos llaman corazón; vivir por el arte y el arte para vivir.