El sustantivo cuernos se conoce en muchos países hispanohablantes como sinónimo de infidelidad. Y muchas personas hablan de los cuernos de diversas formas, algunos le temen y otros dicen no sufrir por ello. ¿Y se sufre por ello? ¿Quién sufre por unos cuernos que no horadan los tejidos musculares, que no perforan la piel, y que no hacen sangrar? ¿Y el toro que fustiga? Los cuernos no son un hobby del mujeriego ni un desliz de mala hora de la mujer, no es un capricho machista, ni la libertad de la feminista.
Los cuernos están implícitos en la relación amorosa, y cuando no lo comete uno los cometen los dos. De los cuernos nadie se salva porque: como dijo Jorge Luis Borges en su prólogo al libro de poemas Fervor de Buenos Aires, «las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a todos».
Ya sabemos del caso Shahriar y su venganza en Las mil y una noches por encontrar a su primera esposa con un negro; sin duda sólo aquel que haya sufrido puede pensar en la venganza. La historia de Lotario y Anselmo en la novela corta «El curioso impertinente» que compila El Quijote, anonada al lector por la necedad en que puede incurrir una persona abrigada de celos: una imaginación distorsionada. En la novela «Travesuras de la niña mala» de Mario Vargas Llosa, Ricardo su personaje principal, sufre las traiciones asiduas de una mujer que no modera su libertinaje y su enmascarada figura, y el autor se pregunta: "¿Cuál es el verdadero rostro del amor?".
Y sí, aunque no perfore la metáfora de un cuerno real, sí le duele a muchos. Y no se preocupen los vecinos de los vecinos, nadie le dirá a nadie, todo seguirá siendo parte de un juego en donde se sabe la trampa pero no siempre se pierde. Un cuerno o infidelidad es tácitamente conocido por los enamorados, casados, como una traición, falta de respeto, un vejamen; y al verse tratado de esa manera una persona que se creía valiosa para otra le produce una sensación de tristeza y dolor.
Pero en realidad, la realidad de esa realidad, es que lo que más le duele a una persona implicada en los cuernos es el pensamiento ajeno, la etiqueta que la sociedad depare para ella o para él.
No es fácil convencer a una persona que se ha sentido flagelada por los cuernos de que hay cosas más valiosas en el mundo, y de que lo que piensen de él o ella es extremadamente ínfimo en comparación con lo que existe en el universo, pues a veces se ensimisman, otras se convierten en frías estatuas acompañadas y desgraciadamente muchas terminan convirtiéndose en homicidas luego de sentir el pinchazo en el corazón.
No obstante, es necesario recordar que existe el oncólogo, psicólogo, neurólogo, etc.; pero no existe el cuernólogo. Las personas que se sientan abatidas por un cuerno deben ser su propio médico y buscar un antídoto mental pronto para mitigar esa hinchazón e infección que puede propagarse negativamente a terceros si no se trata adecuadamente. Sí duele, porque sí duele. La literatura ilustra ese sentimiento ¿Pero quién tiene la culpa? O nadie o todos.