La poesía, la sal de la tierra
La sal de la tierra (2014) anida la estética de dos artistas contemporáneos que, fascinados por la carga e intención poética de las imágenes, se juntan para trabajar en un proyecto en común. Por un lado, el fotógrafo brasilero Sebastião Salgado y, por el otro, el alemán Wim Wenders, guionista, actor, productor y director. Vale la penar mencionar la participación de Juliano Ribeiro Salgado, hijo del fotógrafo brasilero.
Hay en este proyecto una intención poética: revelar el trabajo fotográfico de Sebastião Salgado a través de la cámara de Wim Wenders para proponer, así, una reconciliación con lo humano mediante el regreso a la naturaleza y a la infancia. Revelar el trabajo del fotógrafo implica, por una parte, recorrer a pie una trocha desgarradora de casi más de tres décadas por las atrocidades y los horrores que desde siempre han hilado los tejidos de nuestra compleja condición humana; y por la otra, reconocer la belleza descomunal que hay en su trabajo a pesar de tanto desastre. El desconsuelo social e íntimo que desgarra a Salgado bordea los abismos de la desesperanza y la imposibilidad de respirar sin angustia en un mundo destajado por el espanto. Sin embargo, el fotógrafo se resiste a la penumbra y se resguarda en el bosque desierto de su infancia. El lugar, al igual que él, está deshabitado y seco. A medida que resiembra el territorio, también va floreciendo de nuevo su vida. Es un viejo que se recuerda de niño, que se ampara en su hogar.
Este documental propone, al recuperar la propuesta de Sebastião Salgado, una poética de la sombra y el sigilo, un arrimarse a la atrocidad para hacer sensible y compartible el dolor humano, un descubrirse desorientado por los horrores de las sociedades contemporáneas. Sin embargo, en medio de ese huracán, Salgado decide parar; respirar; retornar a su infancia y al primer fuego de su hogar. Sabe que su única alternativa es huir de sí y de su trabajo para desatar tanta rabia, dolor y demencia. Abandona el macabro rostro humano para envolverse en los ropajes de la naturaleza. Wenders no solo da a conocer las fotografías conmovedoras sino, sobre todo, hurga sobre el quehacer de Salgado en un mundo humano destajado por la guerra, el hambre, la miseria y la desolación a partir. Es probable, entonces, que la intención de Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado sea simple: reconciliar al artista con el mundo desfasado que lo rodea y, además, lo hace; lo crea.
Las fotografías de Salgado no son solo una representación de nuestra realidad, son, más bien, la creación de un lenguaje poético que revela las paradojas de nuestra inconmensurable condición; son todos los esfuerzos del fotógrafo para aproximarse a la otredad y, así, extrañamente, regresar a sus entrañas, a su hogar. Ver este documental es, desde luego, aproximarse a la poesía o, mejor, en correspondencia con Octavio Paz, a lo poético, a aquello que es ritmo y significado, al mismo tiempo que es imagen. Salgado y Wenders son, ante todo, creadores de imágenes, son poetas a su modo. La creación de la imagen, dice paz, "es cifra de la condición humana", pues no logra explicarnos a sí mismos, pero sí reinventa, revive; nos reconcilia, nos hace otro.
Al releer La sal de la tierra recordé la poesía y ese cariño y devoción que le profeso. El poeta Jaime García Maffla decía que la poesía "podía ser vista como otra manera de acercarse a los grandes problemas que han ocupado el pensamiento humano". Ver y crear son condiciones irrevocables para proponer una imagen del mundo. Salgado, por ello, hace a los seres que mira, encuadra y luego fotografía, mientras ellos y ellas se le meten por los ojos y lo dejan lleno de huellas invisibles. El fotógrafo, como el poeta, se crea a sí mismo para ver en su sombra los ecos de quienes lo acompañan. Fotografiar los dramas de los refugiados, desplazados, las condiciones rudas de los agricultores y trabajadores de las minas de oro, la hambruna en Etiopía, los yacimientos de petróleo encendidos en la guerra del Golfo, el genocidio en Ruanda, entre otras experiencias dramáticas, han curtido la sensibilidad de Sebastião Salgado a tal punto de querer renunciar a su arte, a sí mismo para poder continuar.
"Somos un animal feroz. El ser humano es animal terrible. Aquí en Europa, en África, en Latinoamérica, en todos lados... somos extremadamente violentos. Nuestra historia es una historia de guerras. Es una historia interminable; una sola represión. Un relato de locura", dice Salgado en el documental. A pesar de la crudeza, del dolor y la atrocidad de las personas que fotografía y de los pesares propios que despierta cuando alista la cámara, Salgado logra ver, crear y compartir una sensibilidad profunda, arraigada en una belleza digna que coquetea con lo cruel y despiadado. Su propuesta artística, pues, no solo obedece a sus intereses estéticos y poéticos, sino a su férrea voluntad política y ética de compartir el dolor humano para que todos podamos ser testigos de qué hacemos y quiénes somos como especie.
Su propuesta poética revela la explotación y crueldad del modelo capitalista, racista, sexista y misógino que señala los pasos ruines de nuestra humanidad, pero sobre todo, insinúa la resistente dignidad humana y la esperanza solidaria de resembrar la tierra para resembrarse a sí mismo. Él ve la realidad, la precisa y la revive de una manera digna, se acerca, se solidariza y se involucra con la gente y los territorios que están delante de su lente. "Todo el mundo deber ver estas imágenes. Debe ver lo terrible que es nuestra especie", afirma Salgado. Él quiere incomodar la complacencia de un sistema que deja morir a sus niños, él insiste en recordar lo que por comodidad han pretendido ignorar u ocultar.
En La sal de la tierra hay un volver a la imagen poética como potenciadora de significados; hay un esfuerzo mancomunado por elaborar la imagen de otro para reconocerse propio en el reflejo de lo ajeno. La pena y la angustia de ver para crear nuestra percepción del mundo pareciera la forma mediante la cual Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado le proponen a Sebastião reconciliarse con ese mundo que tanto ha mirado y que tanto se la ha metido adentro. Es la misma imagen, es el mismo intento poético, el que conjura la reconciliación consigo y con los demás; es un consuelo. María Zambrano dice: "la poesía nació para ser la sal de la tierra", es decir, que en ese buscar y huir, en ese espantarse y asombrarse, en ese ir y volver, la fotografía, la propuesta de una imagen poética, se ha vuelto en el único rito posible para tragar el dolor, revelar nuestra condición y, de igual forma, crear la imagen de nosotros mismos como propios, como ajenos.
En la sal de la tierra hay, pues, una creación desobediente de aquello mismo que se descubre: el ser humano que nos habita, que nos engendra y, al mismo tiempo, nos devora. La nostalgia de descubrirnos feroces y sanguinarios es, quizá, la misma que nos regresa a la comunión con la poesía y la infancia. Wenders finalizando el documental dice: "Sebastião había visto las entrañas de la oscuridad, y se cuestionó profundamente su trabajo como fotógrafo social, y su papel como testigo de la condición humana. ¿Qué podría hacer después de Ruanda?". Salgado sobrevive a sí mismo, al horror que lo mata. Se siembra, se consuela, se sana, se poetiza, se vuelve la sal de la tierra.