Colombia: La paz en el pa?s del sagrado coraz?n
Es el momento de la paz. Es el momento de la paz porque la mayoría de los colombianos, así muchos no lo acepten o lo quieran, estamos cansados del conflicto armado. Es el momento de la paz porque el país ha pasado por varios oportunidades de cerrar este capítulo tortuoso y oscuro que ha formado parte de nosotros por más de cincuenta años.
Y lo digo con razones de peso. Lo digo porque hago parte, como muchos otros, de ese número casi incontable de víctimas del conflicto que estamos cansadas de vivir en este limbo, en este purgatorio llamado Colombia que ya ha normalizado la violencia. Voy a contar, desde la experiencia que se talla en la propia carne, hasta la investigación que demanda mi profesión, un esbozo pequeñito del conflicto armado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Ejército del pueblo, FARC-EP.
Viví diez de mis veintiún años en zona de conflicto, lo que llaman zona roja. Un carro bomba puesto por la guerrilla le quitó la vida a uno de mis mejores amigos de infancia, Nicolás Amado García, que murió el 4 de mayo del año 2004. Para no olvidarlo, mi hermano Nicolás Andrés, que nació en el 2011, se llama como él. Mi padre sufrió extorsiones por parte de la guerrilla, fue víctima de insultos, agresiones físicas y secuestro de bienes. Me apuntaron con arma de fuego hombres de civil que hacían retenes. Me bajaron de buses de transporte para requisar pasajeros, equipaje y pedir papeles. Fui testigo de buses que retuvieron y después quemaron. Tuve que presenciar el asesinato de una mujer en una bomba de gasolina y, con tan solo diez años, ver el cuerpo tendido en el suelo con un hálito de sangre escurriendo de su cabeza.
Estudié ocho años, de primero a octavo, frente al cementerio del pueblo, en donde, además de llevarle flores a mi amigo Nicolás, tuve que presenciar siempre la llegada de muertos de la lucha armada, tanto guerrilleros y soldados, como campesinos. Escuché las historias de los amigos de mis padres, y de los padres de mis amigos, de secuestros, extorsiones, vacunas, reclutamiento de menores y aberraciones por el estilo. Tuve que soportar días y semanas enteras junto a mi familia sin luz porque derrumbaban torres de luz. Jugando en la cancha principal de mi barrio, en más de dos ocasiones, tuve que salir corriendo a esconderme a mi casa o a la de algún vecino al escuchar los disparos de las balaceras que se oían muy, pero muy cerca.
Conocí personas desgarradas por el conflicto, que perdieron hijos y nietos, que normalizaron el dolor y no podían imaginar una vida distinta a la que ya tenían. Tuve que asimilar los toques de queda, escuchar las bombas, y resignarme a aceptar que hubo un tiempo en que por lo menos se sabía en el pueblo que mataban una persona por día. Y aun después de todo eso, de salir de allí y venir a la ciudad, de vivir en Bogotá los últimos ocho años, puedo decir con una voluntad inquebrantable, que nadie puede entender el conflicto a cabalidad cuando no se ha visto inmerso en él.
Todo esto lo digo con el fin de entender que aun después de atravesar una infancia tan marcada, mi infancia fue feliz. Porque son más las personas buenas que las malas, y son más los que resisten desde su propio puesto. Por eso la paz no es rendirse, ni sentirse derrotado, la paz es seguir resistiendo. No puede hacerse la paz con los amigos, es con los enemigos que uno tiene que sentarse a debatir los desacuerdos y llegar a puntos en común.
Y creo que el punto en común más importante de ambas partes en este conflicto armado es el de dejar de matarnos. El de entender que la lucha armada revolucionaria perdió sentido hace mucho tiempo, que no vivimos en los años setentas y que el discurso trasnochado de un mundo mejor se perdió y borró con sangre en las manos de los mismos que desearon ese mundo. Que es aquí y ahora que debemos reorganizar nuestros motivos, volver a izar las banderas, y empezar una lucha distinta frente a los males sociales que nos acechan.
Ya dejamos pasar varios intentos de paz con las FARC-EP, la guerrilla comunista más antigua del mundo. Este es el momento de darse cuenta que el conflicto no ha podido superar los obstáculos y que ni siquiera el expresidente Uribe, que hoy se vende como gran contradictor de las FARC-EP y preservador de la patria, con su política de Seguridad Democrática no pudo derrotarlos. Es el momento de que la guerrilla entienda que el pueblo al que jura proteger no es el mismo de hace cincuenta años, y que su lucha es personal y no abandera a todo un país, además de ser desaprobada por sus métodos de financiación a través del narcotráfico.
El pueblo merece los dirigentes que posee, es cierto. Somos brutos, ignorantes, violentos, nos gusta lo fácil y rara vez pensamos en el otro como en nosotros mismos. Sin embargo la gente necesita entender que las FARC-EP son una consecuencia histórica de nuestra propia historia violenta, y que su nacimiento tiene un por qué. Ahí está Alfredo Molano y sus libros, para que la gente se eduque y entienda. Y si no hay plata para libros bien se puede ir a sus conferencias, o bien se puede intentar leer los artículos que han publicado él y otros en medios de comunicación o en internet, para lograr dimensionar las razones de ser del grupo armado, y dejar de verlos como Satanás.
Muchos de los que despotrican del proceso de paz, o bien son ciudadanos de ciudades grandes que nunca han tenido contacto con la guerra más allá de lo que les informan los medios, o bien son personas que guardan resentimiento contra ellos y quieren verlos morir lenta y dolorosamente como si aquello pudieran regresarles a sus seres queridos. Además, claro, de los personajes públicos que se aprovechan de las personas ingenuas y deciden tomar bandera en contra de lo que consideran injusto.
No toman en consideración ni por lo más mínimo la enseñanza que han dejado otros procesos de paz alrededor del mundo, como los llevados a cabo en Irlanda con el IRA, en Ruanda con el genocidio de los tutsi y los hutu o en Sudáfrica con la segregación racial y el Apartheid. Incluso, no hay que irse tan lejos, es solo mirar los diversos movimientos guerrilleros latinoamericanos como los Tupamaros en el Uruguay o los Sandinistas en Nicaragua que entraron a la arena política para reivindicar desde la ley los principios que juraban proteger.
Aquí tenemos historia en eso, fuimos testigos de la entrega de armas del M-19, e intentamos iniciar un proceso con las FARC- EP y el partido político de la Unión Patriótica, que fue borrado por un genocidio promovido por el mismo estado, y que nos da campo para pensar que el estado, al igual que la guerrilla, también tiene cuentas que entregar, y reconocer que incidentes como lo falsos positivos, o la toma al palacio de justicia, no ha sido perpetrado por la mano de sus enemigos, sino que también tiene manchadas las manos de sangre y debe reconocerlo ante la gente de Colombia. La historia sirve para eso, para entender, y de ella surgen los argumentos más sólidos de por qué debe existir paz.
¿Acaso no es ahora que las palabras de Héctor Abad Gómez, defensor de los derechos humanos asesinado por la sombra del paramilitarismo, toman sentido y se hacen tangibles más allá del discurso? "No es matando guerrilleros, o policías, o soldados, como parecen creer algunos, como vamos a salvar a Colombia. Es matando el hambre, la pobreza, la ignorancia, el fanatismo político o ideológico, como puede mejorarse un país".
La paz pasa por la justicia social decía Jaime Bateman, uno de los líderes del M-19, y somos en estos momentos los encargados de vigilar esos acuerdos, denunciar al gobierno si no los cumple y velar porque las cosas sean como deben ser, y no como queremos que sean. Claro que con la firma de la paz no se arregla el país, claro que va existir pobreza, violencia y demás cabezas de la desigualdad social. Claro que faltan por desmovilizarse otros grupos armados como el ELN, pero ¿acaso no es mejor arrancar desde una paz pactada a cambiar esas cosas, y no desde un conflicto armado que sigue incitando al odio y a la barbarie?
La verdad que no entiendo a los personajes que promueven el NO a partir de ideas infundadas y mentirosas, como aquellas de que el país va a volverse Venezuela, o que los "narco-terroristas" van a entrar al congreso porque se les regaló el país. No entiendo tanto odio, que los lleva incluso a decir que nunca compartirían barrio con esas ratas belicosas, como si los guerrilleros de a pie no fueran humanos y colombianos también. Se aferran a su idea absurda de patria y creen que la defienden bien diciendo argumentos tan flojos que se rompen solos en al aire y en el dogmatismo pasional. Aman al Ejército Nacional y dicen que es una deshonra para la institución, la misma que recluta jóvenes para el conflicto, tiene cárceles exclusivas para sus manzanas podridas, comete delitos de lesa humanidad como los falsos positivos, apoyó a los paramilitares en su momento, y que sigue demostrando que los colombianos no solo tenemos como enemigos a los guerrilleros, sino que ejército y guerrilla son un monstruo bicéfalo que pelea solo por sus propios intereses. Quédense con su dios y patria, que esta es una lucha que solo debe tener como objetivo el bienestar de la gente, y ese bienestar debe ser buscado en acciones concretas, como el compromiso de pactar una paz y un cese al fuego.
O peor aún, los que se abstienen, que son los mismos que demostraron que para unas elecciones presidenciales en Colombia el 51% de personas registradas son las que eligen por todo un país. Se ufanan de su independencia ideológica y proclaman que la democracia aquí no existe y que no sirve de nada votar, porque ¿para qué voto si es que yo vivo bien? ¿Para qué votar si no vivo en zona de conflicto y mi realidad no cambia con un sí o un no? Se las dan de anarquistas, pero un anarquista real pone más allá de su propio individuo el bienestar de los suyos, y si no que lean a Kopotkrin cuando afirma que "en medio de este mar de angustia cuya marea crece en torno a ti, en medio de esa gente que muere de hambre, de esos cuerpos amontonados en las minas y esos cadáveres mutilados yaciendo a montones en las barricadas... Tú no puedes permanecer neutral; vendrás y tomarás el partido de los oprimidos, porque sabes que lo bello y lo sublime -como tú mismo- está del lado de aquellos que luchan por la luz, por la humanidad, por la justicia". Necesitamos ponernos del lado de la paz para, a partir de ella, lograr más. Un casa se construye a partir de un primer ladrillo puesto, de ahí para arriba lo que falta es trecho, y ese es el que nosotros debemos construir.
Este es el momento de desligarnos de nuestras convicciones personales, e ir en busca de las razones que proponen, y sustentan, que Colombia necesita paz. Yo quiero ver a todos aquellos que votan por el NO ponerse la camiseta y hacer que el gobierno cumpla los acuerdos, que las FARC-EP abandonen las armas por completo y compitan en luchas electorales, que las zonas despejadas sean bien administradas y no entregadas a multinacionales para su explotación, que dejen de discutir con groserías y estupideces para poder enriquecer el país con varios puntos de vista. Que demos un paso gigante respecto al conflicto y que la gente, en vez de ser promotora de la lucha armada, sea veedora de lo que se acordó y sirva al país, del que tanto hablan pero al que nunca miran de frente, a los ojos.
Es dificilísimo que en poco tiempo Colombia cambie lo que ha venido siendo a través de su historia, sin embargo la paz son cambios, y esos cambios surgen del descontento de la gente, que tiene que exigirle a su estado que funcione bien, y de hechos como un proceso de paz, que solo es una oportunidad para ser mejor, algo así como cuando se tiene una oportunidad para levantarse a la chica linda de la fiesta y es una cuestión de decidir si me arriesgo a tener algo con ella o morir solo y arrepentido. Colombia tiene la oportunidad de poder lograr una paz que construya a futuro, o simplemente desecharla y seguir sumergida en la guerra.
Hay una frase del teórico italiano Antonio "toñito" Gramsci que me parece fundamental en este caso particular de nuestra historia: "Instrúyanse, porque tendremos necesidad de toda su inteligencia. Agítense, porque tendremos necesidad de todo su entusiasmo. Organícense, porque tendremos necesidad de toda su fuerza". Para la paz tenemos que ser todos, o al menos la gran mayoría, los que sigamos abriendo camino en esta espesa y confusa época en la que vivimos, porque ¿se imagina vivir en paz? ¡Qué vaina tan rara la que nos espera!
Recuerde, todos estamos untados, todos estamos involucrados...