Del ejercicio de la contemplación
Hasta ahora, el desnudo había sido presentado en posturas que presuponían un público. Pero mis mujeres son gente sencilla, honesta, que sólo se ocupa de su esmero físico. He aquí otra: está lavándose los pies y es como si yo la mirara por el ojo de la cerradura.
Edgar Degas
Degas es uno de esos artistas que permiten traspasar la realidad de su tiempo para ahondar en los detalles más íntimos de su época. Su obra, que va desde las bailarinas de ballet, quizá las más reconocidas, a retratos privados de las prostitutas con las cuales se acostaba, está llena de escenas cotidianas y sinceras de los personajes de su tiempo. Degas dejó una obra basta repleta de temas interesantes que rompían el canon clásico, la pintura histórica, adentrándose en la vida moderna. Aunque se le designe como uno de los precursores del impresionismo, rechazó cualquier categorización, enfocándose en su trabajo de dibujante, pintor y escultor.
Si hablamos de cómo contemplar un cuadro, no podemos olvidar que el primero en contemplar lo que allí está plasmado es el artista, y, si deseamos ahondar en las profundidades de una persona, y conocer aunque sea un poco de sus manías, sus emociones y sus propias actitudes, debemos detallarlo en su intimidad. La protección que brinda la soledad, y el resguardo de secretos que es la propia intimidad, nos explica porque hay tanta fascinación en ella. Degas es un voyerista, y de los buenos. Él se queda contemplando las acciones más cotidianas, mundanas para muchos, y extrae de ellas la esencia, el perfume de las acciones. Lo que hace es ir trazando la vida mientras esta va ocurriendo, arrancándole fragmentos que para él resultan estéticos, valiosos, y que para mí resultan conmovedores, intrigantes.
Mujer en el baño, o por su nombre en francés "Femme À Sa Toilette", es un cuadro que data del año 1902, y que hace parte de una serie de intentos de retratar a mujeres en la tarea diaria del baño. El cuadro, que tiene unas dimensiones pequeñas, 66 x 71 cm, fue pintado con pastel y carboncillo sobre papel. Actualmente se encuentra ubicado en el Museo Botero del Museo del Banco de la Republica en la ciudad de Bogotá. (Anímese a ir a verlo, encontrara en esa colección muchas sorpresas.)
Dejando atrás los detalles técnicos, la obra habla de la sensualidad más natural de todas, la que no está forzada. Una mujer se contorsiona para secar su cuerpo mientras nos da la espalda. El movimiento de sus manos está capturado por Degas, como una instantánea fotográfica, y al fondo un muro de rayones con carboncillo y la tina del baño es lo que complementa la figura central. El cuadro es una composición vertical, que nos obliga a detallar a la figura como a una columna, sin dejarnos contaminar por la realidad que le circunda.
El juego de sombras, creadas a base de la fuerza del carboncillo, se distribuyen como una lluvia de rayones y manchas que van tomando forma a medida que la figura se levanta. Los contornos apenas se delimitan para que todo se esfume en una sola nube, las manos se dibujan a partir del propio humo que arroja la imagen y el rostro de la mujer se nos oculta, como si este fuera el valor simbólico más preciado de su dueña, incluso más que su propio cuerpo desnudo.
Para entender la obra hay que ubicarse en principios del siglo XX, alejados de la contaminación de imágenes actual, del morbo, el libertinaje sin sentido, ¿o con mucho?, y la esquizofrenia colectiva y mediática de la imagen. En una sociedad en la que el arte venía presentando un papel de eje moral, representación simbólica de valores, y estandarte de la alta cultura europea, una instantánea de una mujer, en un acto demasiado banal para considerarse bello y digno de ser representado, era toda una novedad. Una novedad que responde a nuestros más bajos instintos sexuales, a la necesidad primitiva y esencial de la reproducción, pero también a la maravillosa acción de la contemplación, al descubrimiento ejemplar del universo a través de la piel húmeda, limpia y recién aseada de una simple y llana mujer.
Este redescubrimiento de la mujer como objeto de contemplación, que ya había realizado un artista como Lautrec, con sus imágenes de burdeles y putas, y que haría después Modigliani con sus desnudos únicos, nos permite penetrar ya no solo de manera estética, como las antiguas ninfas y diosas de la antigüedad, o como objeto de deseo sexual, sino a través de la privacidad. El artista contempla, observa, y muestra. Y nosotros los espectadores nos dejamos fascinar, nos dejamos humedecer por esa piel, sentimos el calor que abandona el cuerpo, los vellos de los brazos que aún conservan gotas de agua. Forzamos la imaginación para que nos responda la pregunta, la incógnita de ¿Cuál puede ser el rostro de la dama?
Y también nos sentimos tensos, incomodos, porque sabemos que estamos violando la privacidad de alguien. Pero es allí donde el artista triunfa, porque sabe sacar de nosotros el pervertido interior, el voyerista pasivo, la curiosidad descalza que no soporta la idea de contemplar otro cuerpo desnudo. Carne llama carne, y nosotros lo sabemos, Degas lo sabe, su trazo nos permite conectar con aquella criatura para sentirnos plenos, arrinconados, para demostrarnos cómo pesa el yugo cristiano del pudor al cuerpo y como lucha desde el fondo el arraigue salvaje frente a la contemplación del desnudo.
Lo cierto es que Degas nos sigue afectando porque su ritmo es suave, continuo, lento pero constante. No hay afán que turbe la acción más allá de las líneas que dan formato al fondo del cuadro, y aun estas no parecen correr, sino trotar. Podríamos sin ninguna duda imaginarla recién salida del baño, dispuesta a salir a su trabajo, pensando que ropa ponerse y tarareando la canción Miss You de los Rolling Stones. Podemos hacer el ejercicio de pensarla sumergida en este siglo, alejados más de cien años de su época, y encontrarla igual de bella. Y digo bello en el sentido estético más intenso, en la capacidad que tiene la imagen de tocarme, de hacerme sentir una serie de emociones y recrear en mí una cadena de recuerdos almacenados que tienen que ver directamente con el hecho de contemplar a una mujer.
Una cosa es importante decirla y es el hecho de la mirada del hombre hacía la mujer como objeto. En un mundo europeo dominado por la figura del hombre, las féminas pasan a ser la mera distracción, el deleite masculino. Un montón de testosterona ve, observa y adhiere a su propio ente lo que un montón de testosterona pinta. Es el trabajo que plantean las historiadoras de arte feministas como Griselda Pollock, tratando de descubrir esa mirada de la mujer frente a un cuerpo desnudo biológicamente igual al suyo, pero lleno de múltiples diferencias.
¿Cómo es la contemplación frente al desnudo femenino cuando se trata de una mujer? Esa pregunta es probable que no se la llegará a realizar Degas pintando los desnudos del baño, ni Monet al retratar su Olympia, o Goya al dejarnos boquiabiertos con su Maja Desnuda. Y esto no quiere decir que en su intimidad no tuvieran contacto con su feminidad, dualidad propia de los seres humanos, solo nos deja claro la terrible carga de una sociedad que aún no se había librado de los gruesos lazos del ideal machista.
Eso queda claro cuando se lee algo de María Bashkirtseff, escritora, escultora y pintora rusa de la época: "Lo que anhelo es la libertad de ir por ahí sola, entrar y salir, sentarse en las Tullerías, y especialmente el placer de pararse y mirar las tiendas de arte, entrar en las iglesias y museos, caminar por las calles de noche; eso es lo que busco; y ésa es la libertad sin la que no se puede llegar a ser un verdadero artista (..) Maldita sea, esto es lo que me hace rechinar los dientes cuando pienso que soy mujer. Con un vestido burgués y una peluca, me pondré tan fea que seré libre como un hombre".
Sin embargo Degas mantuvo buenos términos con las mujeres artistas de su época, especialmente con la estadounidense Mary Cassatt, tan conectado con ella que cuando vio su arte solo pudo decir: "hay alguien que siente como siento yo". El artista reconoce ese impulso femenino muy arraigado a la madre, de la que, dentro de la cultura matriarcal, dicen que se hereda el talento y el poder de la creación. Tal vez todos son esclavos de su tiempo, y Degas es el perfecto ejemplo en donde a pesar de sus noches de excesos, su fiebre por el sexo femenino y su mirada placida frente a la pubertad y la adultez de sus bailarinas, existe también un respeto y un reconocimiento de la mujer como ser, como universo, como individuo, no como objeto de placer carnal y voyerista.
Es por eso que Degas nos entrega una instantánea, un trozo de realidad captado en el momento preciso. Como buen reflejo de la vida moderna, la pintura cumple con su objetivo de empatizar, acercarnos, recordarnos que todos nos bañamos, nos cuidamos, somos otro en la privacidad, pero que también en ese otro, y en ese ritual propio de cada quién, hay virtud, y merece ser retratada. Si uno se fija bien pareciese que la obra estuviese inacabada, pero no es así, es solo la melodía que el artista le da a su propia obra, que para mí, arrancada brutalmente de su contexto, se refleja a nuestra época en una mujer que va secándose con su toalla, mientras sale de sus labios y se dibuja en la pared del fondo, en la tina, un I've been holding out so long I've been sleeping all alone Lord I miss you...