El tránsito poético
Siguiendo la vieja travesía de algunos poetas latinoamericanos, he parado en la multicultural Barcelona, ciudad más que citada y reconocida por estos mismos, en el intento por dar a conocer mi obra en aquella ciudad tan laureada para tales efectos. Así también, y aprovechando mi estadía, ayudar a una amiga a encontrar un piso decente donde vivir. En dicha búsqueda, hemos dado con diminuto apartamento, de deficiente ventilación y acomodación, que, y para nuestra sorpresa, rebasa cualquier precio que podamos pagar. Una vez visto, y ya en la calle, hemos dado un último vistazo a la fachada. En ésta hemos visto una placa que hace homenaje a Roberto Bolaño, el eximio escritor chileno, indicando que éste vivió en aquella misma finca hace no mucho tiempo atrás.
Imaginé al poeta recostado en ese piso diminuto, observando el muro con ojos perdidos y semblante cansando, pensando en lo que vendría, que era incierto y terrible. Entonces es cuando recuerdo un poema en particular del poeta chileno, el cual dice (a grasa tabla) que ha recibido rechazos de todas y cada una de las editoriales, pero que continúa escribiendo, y que esto es una oportunidad única para la creación.
No creo saber de algún poeta o escritor que haya experimentado algo que diste mucho de lo expresado por el maestro chileno. Yo mismo me he visto en ese torbellino de sensaciones, cansancios y esperanzas que significa ir de un lado para el otro esperando que alguien apueste por uno.
Aquí lo importante radica en saber por qué se hace necesario el peregrinaje, aquel deambular, como si la máxima "la literatura es un viaje" ejerciera un peso significante, al mismo tiempo que invisible, sobre la imagen, sobre la profesión. Pareciera que esa pequeña habitación ahoga, la misma en la que se encontraba Bolaño, y tantos otros, mirando el cielorraso y pensando seriamente en la idea de largarse, de liar bártulos. En este caso, y para el poeta, en general, la habitación diminuta es el país propio, ese recorrido que se sabe conocido, esas paredes que se conocen sobremanera, ese cielo en el cual se refleja el propio rostro, el cual ahoga y vigila como un dios en las alturas.
Se hace imperioso ver la mirada propia reflejada en otros espejos, enfrentado a otros lenguajes, como si se tratara de una lucha donde no queda más que perder pues la literatura siempre nos supera. Es por eso que el poeta, el escritor, se queda inmerso en sí mismo luego de ver perdida la batalla, refugiado en habitaciones aún más pequeñas que la anterior. El caso de Salinger es más que ejemplificativo.
La literatura de por sí es un cuarto diminuto, en el cual casi no existe espacio para respirar, ni para quien desea ser publicado, ni para quien desea crear pues el todo ahoga, inunda. Y qué decir para aquellos que manejan el mundo editorial que se sofocan en su negocio.
En este alarde, el espacio abierto sana, abre las letras, la imaginación, el lenguaje. Sin ir más lejos, Bolaño se auto-exilió en Blanes, un lugar quizá menos interesante que Barcelona en cuanto a su espectro multicultural, pero más grande (quizá para el maestro) en cuando a esa paz mental necesaria que era continuamente mitigada en el diminuto cuarto que pasó a ser Barcelona luego de su larga estadía.
Así también el pensamiento es una permanencia agobiante, cuando ésta se planta con demasiada firmeza sobre uno, no dejando espacio a las volteretas y coqueteos poéticos.
El autor lo sabe bien, que si no respira no hace, no siente, no vive, es por eso que los cuartos pequeños disminuyen la creatividad, sea éste una ciudad, un país, un continente, y que la libertad, la apertura, es en donde puede estar en plenitud.
Los poetas viajan, se pierden, extravían, pero realmente (y esto quizá ellos lo desconocen) buscan y rebuscan y finalmente encuentran, una huella, una marca, una gota de aire que les haga sentir el tránsito de la vida.
Yo por mi parte, la presiento. Sé, en mi corta travesía, que no es ni es ese pequeño apartamento, ni en esta laureada ciudad, en donde se abrirá el espacio del campo propio. Será en el interior, un poco después, que es donde realmente sucede el viaje.