Una Feria De Zona Sur: La Dulce
"La Dulce", una pequeña feria del partido de Florencio Varela, aparece los martes por la mañana, y suele ubicarse sobre una plaza y una canchita de fútbol que se hallan junto a la estación Estanislao Zeballos del ferrocarril Roca. Más allá de donde termina la canchita, el espacio ocupado por los puestos de venta se estrecha y sigue la dirección de la vía hasta casi treinta metros. Muchos de los vendedores viven en el barrio y sus alrededores; y ofrecen a la clientela un sinnúmero de artículos de segunda mano (ropa, zapatillas, juguetes, revistas, utensillos, etcétera); pero también alimentos (frutas y verduras o productor de almacén). Algunos de ellos aseguran que, durante la tercera o cuarta semana del mes, esta feria "está muerta", refiriéndose al escaso volumen de ventas.
No se ven marcas tales como Adidas o Toper, salvo en calzados e indumentaria de segunda mano. De hecho, la mayor parte de la oferta está formada por productos viejos (y, muchas veces, en mal estado de conservación), que ya nadie usa en la casa del vendedor o que han sido hallados en la basura u obtenidos como regalo. Pero no hay solo productos usados: también pueden verse mesas en las que se ofrecen herramientas, medias, golosinas, aceite, papel higiénico, fideos, harina (todos productos nuevos) y comida hecha (choripán, papas fritas, empanadas); e incluso libros (usados y nuevos). Algunas de estas mesas también exponen camisas, pantalones y otras prendas usadas, pero pocos son los feriantes que, teniendo solo productos de segunda mano, alquilan una mesa.
Gabriel, un muchacho de 29 años cuyo puesto ofrece artículos usados (calzados, indumentaria, CDs de películas y música, etcétera), explica que durante los días de invierno los vecinos cuelgan carteles en los que se ofrece agua caliente para el mate por algunos pesos. Y que, durante el verano, no faltan los vendedores de jugo, helados y botellas de agua fría que encuentran entre los acalorados vendedores gran parte de sus clientes. Según comenta, no es raro que, después del mediodía, se vuelva a su casa sin ganar un solo peso; aunque no es la única feria que hay en la semana. También suele trabajar en las ferias del barrio La Carolina, en la de Kilómetro 26 y otras del mismo distrito varelense durante el resto de la semana.
Según cuenta Gabriel, alrededor de diez años atrás (no pudo precisar la fecha exacta), estos vendedores armaban sus puestos de venta sobre la diagonal Quinquela Martín, del lado este de la vía; pero que un día, a metros de su lugar habitual de trabajo, se topó con una enorme cantidad de patrullas, agentes de a pie, perros, camiones en los que sospecha se llevarían sus productos luego de confiscarlos, e incluso camionetas de la policía científica (lo que bien podría haber sido tomado como exageración, si no lo hubieran confirmado otros feriantes). Desde entonces acomodan sus puestos de venta del lado oeste de la vía, sobre la plaza y la cancha de fútbol.
Allí sobre la diagonal Quinquela Martín, pueden verse una enorme cantidad de carros que ofrecen productos nuevos y de marca como zapatillas y camisetas de fútbol, así como verduleros, pescadores y productos de bazar. Estos otros vendedores, según nos explicaron Gabriel y otros puesteros de la plaza, aparecieron en su antiguo lugar de ubicación la semana que le siguió a la aparición de la policía. Según los mal llamados "manteros", lo jefes de calle policiales pasan cada semana y cobran una cuota a cada dueño de ésos grandes carros.
Félix, un vecino y vendedor de CDs de música originales que tuvo la gentileza de mostrar las facturas de compra de sus artículos, recorre todas las semanas esta feria, ya que conoce a buena parte de los puesteros locales; pero él ya no arma su puesto allí, sinó en la enorme feria de San Francisco Solano, adonde decidió mudar sus ventas por el mayor número de visitantes. Cuenta que antes de la aparición de la policía en Quinquela Martín, él y otros vendedores (según dice, una cantidad muy reducida) ya en ese entonces ofrecían sus productos en la entrada de la estación del tren del lado de la placita; pero él ahora aparece en la feria como comprador, buscando objetos que pueda revender (discos de vinilo o compactos y adornos de bronce o plata, por ejemplo), como muchos otros hacen también desde temprano.
En palabras de Irene (una esbelta mujer que ofrece juguetes, ropa y calzados), "¡Uno tiene que vender sus cositas y encima quieren que se las regalen!". Esta mujer hace alusión al regateo que tienen que hacer con los potenciales compradores cuando éstos ven algo de su interés; pero también está implícito en su queja el hecho de que esas "cositas" de las que habla son objetos personales con los que han creado lazos de afecto, como las muñecas con las que sus hijas jugaban años atrás, los zapatos que su marido ya no usa o un juego de utensillos y vajilla que se ve en la necesidad de vender.
Hay casos como el de Luis, un hombre mayor que perdió su empleo varios años atrás, cuando se cerró el restorán en el que trabajaba como chef. Hoy por hoy nos cuenta que espera desde hace ya tiempo una llamada telefónica en la que le ofrezcan un puesto similar; pero, mientras espera, ofrece colitas para el cabello, suplementos de la revista Billiquen, zapatos y alguna que otra cosa en desuso que sus conocidos suelen regalarle.
Lo que más abunda en La Dulce es la oferta de ropa y calzado de segunda mano, además de juguetes, alhajeros y otros adornos caseros; pero también es el lugar donde muchas vecinas compran sus provisiones de frutas y verduras. Incluso pueden hallarse en oferta artículos electrónicos tales como cargadores de celulares, baterías usadas y partes de computadoras.
En algunos puestos hay familias enteras ofreciendo distintas clases de artículos. El único baño disponible (un sucio baño químico desbordado de papeles usados y con orina en el suelo) se halla casi en la entrada de la estación y es usado por decenas de vendedores durante los días de feria. Tanto vendedores como compradores son vecinos, y los paseos regulares de compras les permiten charlar, contarse cosas y saludar amigos.
La Dulce no tiene parejas bailando tango como las de La Boca, no es concurrida por batucadas que tocan, cantan y bailan marchando por entre los puestos como las de San Telmo, ni es famosa como La Salada.
La televisión, los funcionarios públicos como Julio Pereyra y más de un medio gráfico se han encargado de tratar a quienes intentan ganarse la vida de la venta como si fueran criminales, discurso que se repite cuando los noticieros transmiten sobre el problema de los manteros en las avenidas de la capital federal. En el distrito de Florencio Varela, el municipio sostiene que los vendedores ambulantes y feriantes "afean la ciudad".
Pero, para los vecinos del barrio, es un lugar de encuentro y un recurso muy importante.