Paradojas de la Revolución en Venezuela
Una paradoja es aquello que no puede ser y puede ser. Es decir, una contradicción que oscila entre lo no posible y lo posible pero que, en términos estrictos, dentro de esa contradicción se encuentra la resolución de un problema existente. En otras palabras, en la contradicción de una paradoja se anuda un acertijo. En consecuencia, la paradoja no es un mero artificio del lenguaje o un capricho mental, las hay, de hecho, científicas y filosóficas. Pero no es pertinente en este texto tratar de las paradojas que surgen deliberadamente con propósitos fructíferos en un contexto de conocimiento. Sino de paradojas sociales que abrigan a toda la ciudadanía venezolana, en donde nada positivo se esconde detrás de esas oposiciones, al contrario han menoscabado con rudeza el bienestar de todos sus habitantes, cuyo problema en común (paradójicamente escribiendo) no lo es para todos.
No es bueno convertir en paradojas un texto que trate de paradojas. Por lo tanto es necesario jerarquizar las contradicciones: en primer lugar estará la paradoja de la alimentación; luego la paradoja del lenguaje; seguida de la paradoja de la paradoja y por último la paradoja del pueblo.
En cuanto a la alimentación se refiere, la población en Venezuela se divide en tres clases de personas: los que comen bien, los que comen mal y los que casi ni comen.
Con respecto a la primera clase de persona no será necesario hablar de ellas, ya que salen en la televisión estatal con asiduidad y son evidentes sus mofletes abombados. Estos individuos, que se denominan los que comen bien, y que no padecen la incertidumbre y la zozobra que teórica y prácticamente se genera en las personas que no superan la primera fase de la pirámide de Maslow al verse desprovisto de comida, están en la cima de la autorrealización (poder) y tienen suficiente energía para hablar, siempre, todo lo que quieren.
En la segunda clase se encuentran todas aquellas personas que no salen en la televisión estatal. Explícitamente, son millones de personas. Así pues, dentro de este rango, los que tienen una labor, estudian o ejercen algún tipo de oficio con restricciones de horarios deben solicitar un día libre de su jornada semanal, inclusive a expensas de su remuneración o la pérdida de un examen académico, para intentar comprar comida, o parte de lo que sería una comida, ya que lo relativamente accesible son los carbohidratos, rubros que se logran obtener haciendo una kilométrica cola. Estas personas, todas, en los meses que han transcurrido en el 2016 han adelgazado considerablemente, pues todos están atravesando una dieta (hambruna) masiva que llaman "dieta de Maduro".
En la tercera clase de personas, son también muy numerosas. Se añaden a esta clase los desprotegidos que andan en la calle pidiendo una migaja de pan. Y se encuentran en el frente de cualquier panadería o establecimiento de comida.
Son millones y algo más los que en varios días de la semana comen mal o no comen. Puesto que cuando no alcanza el dinero que se retribuye por el oficio ejercido (nunca alcanza para nada) para comprar los escasos productos básicos que se consiguen, surge el inconveniente que teniendo un dinero extra se agotan los rubros.
En este sentido, los que moderan el país, que no es la derecha no los escuálidos (adjetivo que usó el ya muerto Hugo Chávez Frías para señalar a todo aquel que cuestionaba sus ideas revolucionarias) sino los que comen bien, arguyen que la guerra económica es la responsable de la crisis en Venezuela, aunado a la reducción del precio del barril de petróleo que en los últimos 19 meses ha desacelerado trágicamente. Lo primero que argumentan los que comen bien ya es un lema capcioso, y los segundo es evidente, pero el desplome del crudo con respecto a su preció ocurrió luego de una acaudalada bonanza.
Como medida para combatir la guerra económica (que ya tiene tres años, una marca histórica para no mitigar una guerra financiera) se creó en Comité Locales de Abastecimiento y Producción (Clap) con el propósito de acabar con las "trampas de la derecha". Este comité, que supuestamente lo modera el pueblo, que no es cierto, consiste en venderle una bolsa de comida a cada familia: no hay nada de generoso en esta contingencia, y que llegan cada mes, a veces con retraso de dos meses, a familias hambrientas. Enfatizando que en una familia de tres personas, padres e hijos, esos rubros alcanzan para tres días. Los otros 57 días del mes son de angustias.
Ahora bien, una vez descritas las clases de personas y las excusas, es necesario elucidar la primera paradoja: La Revolución bolivariana en Venezuela se adjetiva del pueblo, es decir la Revolución que ama a su pueblo. Pero muchas personas del pueblo pasan las horas preguntándose qué comer y simultáneamente hacen colas de más de ocho horas para encontrar lo poco de comida anhelada, y además adelgazan gramos por minutos. ¿Será que piensa la Revolución en su pueblo? Un pueblo querido no puede pasar hambre, puesto que el hambre no puede ser un elemento del pueblo cuando se quiere, y legalmente de ningún pueblo; no obstante la Revolución ama a su pueblo, sin embargo pasa hambre. He allí la primera paradoja.
La segunda paradoja se encuentra en el lenguaje, y tiene dos elementos intrínsecos. En primer lugar la ignorancia y en segundo lugar el odio. La ignorancia a s vez tiene dos vertientes: el de tergiversar y el de no saber nada.
En cuanto a la tergiversación. Simón Bolívar, en su discurso de Angostura de 1819 dijo que: "El gobierno más perfecto es aquel que crea la mayor suma de felicidad posible". Los líderes actuales de Venezuela, que dicen ser bolivarianos, no lograron inferir que los ciudadanos debieran tener la mayor suma de bienestar posible, comida, bebida, seguridad y autorrealización para formar parte de una sociedad civilizada. Curiosamente, los líderes en Venezuela entendieron que debían crear un Ministerio de la felicidad, y así lo hicieron. De modo que habiendo hambre, sed, inseguridad, desequilibrio y desolación y donde nadie es feliz debido a todas estos problemas juntos, existe en Venezuela un Ministro de la Felicidad.
Ahora bien, la tergiversación no es tan deplorable como no saber hablar, básicamente, o incurrir en desfachateces. No es que no se pueda ser presidente o ministro o diputado de un país careciendo de título universitario o siendo un obrero. Hay casos, Manuel Ávila Camacho que fue presidente de México no llegó a la universidad por la Revolución mexicana y Lula da Silva siendo un obrero fue presidente de Brasil. Eso no es motivo de peyorativas. El problema radica en que si una persona no sabe cómo está organizado geográficamente su país y se equivoca en las capitales de sus estados, y confunde un estetoscopio con un telescopio, y creyendo que hay que suprimir el lenguaje sexista equiparando los sustantivos liceos y liceas para exaltar el género femenino, y confunden en un discurso panes con penes, y cometen un montón de agramaticalidades; es obvio que financieramente no serán capaces de administrar un país.
Con respecto al odio, hay que hacer una analogía con un precepto de Cristo que dijo: "Lo que entra por la boca del hombre no es lo que lo que lo hace impuro. Al contrario lo que hace impuro al hombre es lo que sale de su boca." Quien modera una audiencia de un salón de clases, un programa ecuánime, una casa, mucho más un país; debe usar un lenguaje armonioso para los que lo escuchan porque de ahí partirá el proceder social. Quien tiene buenas intenciones lo hace. Pero quien usa lo poco que sabe para engranar los peores adjetivos dirigiéndose a sus mismo coterráneos, están inmerso en un odio incurable y delirante.
La paradoja del lenguaje se sintetiza de la siguiente manera: los gobernantes de un país deben tener antes que nada formación (básica) y un discurso conciliador para liderar el bienestar de sus ciudadanos. Pero los gobernantes de Venezuela no saben hablar, tergiversan, y se dirigen a sus disidentes con mucho odio, por consiguiente personas así no pueden gobernar un país, pero así son los gobernantes de Venezuela, y gobiernan. He allí la segunda paradoja.
La paradoja de la paradoja, que es la penúltima en la jerarquía, resulta aún más extraña. Como consecuencia de la mala gestión política que se refleja en las penurias de millones de personas, la disidencia ha propuesto bajo las disposiciones legales un referéndum revocatorio. Pero para llevar a cabo la aceptación de la propuesta en primera instancia, era necesario recaudar un porcentaje de firmas de los ciudadanos. Hecho el procedimiento, se enviaron las firmas embaladas en cajas a un encargado de evaluarlas para corroborar que fueran correctas. El evaluador, que es desde luego un revolucionario, después de hacer un escrutinio, determinó que muchos de los que firmaron estaban muertos. Es decir, que de acuerdo a su inspección se hizo trampa porque colocaron a personas que estaban muertas. Debido a eso se postergó la aceptación de comenzar el proceso para el referéndum revocatorio.
La paradoja consiste en lo siguiente: para los gobernantes de Venezuela Hugo Chávez Frías aún vive. Inclusive, los que moderan el país exhortan a sus seguidores que, cuando sientan dudas de la revolución, le hagan una consulta espiritual a Chávez que él responderá, ya que él es eterno. Y de que Chávez aún vive, lo ha reiterado incluso el mismo que estuvo encargado de evaluar las firmas y que descartó la validez de las mismas por tener firmas de personas muertas. Ahora bien, si una persona muere y no puede firmar una planilla (lógico) porque es imposible, es evidente que tampoco puede hacer algún tipo de consulta ningún muerto. Si un muerto aún vive (Chávez según los revolucionarios), entonces todos los muertos viven y es posible que firmen planillas. Entonces y solo entonces los muertos que hacen consulta son iguales a los muertos que firman planillas. Un muerto no es distinto que otro muerto, de modo que no puede haber un muerto que no tenga restricciones para hacer consultas y otros sí para firmar planillas. Pero de acuerdo a los que comen bien, Chávez vive, no obstante los otros muertos no viven y no es posible que firmen planillas, pero Chávez es eterno. Es allí la tercera paradoja.
Y la última paradoja es muy concisa. Un pueblo inteligente (el pueblo de Andrés Bello, Úslar Pietri, Rómulo Gallegos) entiende las paradojas y no se estanca en sus confusiones. Pero muchos de los venezolanos entienden las paradojas y siguen estancados (aún).
Los acertijos que revelan cada paradoja quedan a criterio del lector.