La ciudad también es cruel
Tuve tiempo para pensar sobre mí esa tarde. Pensé con el mundo, no sin él. Acerca de las ramas pensé cómo es que pueden ser tan frágiles. Brotan a la naturaleza sin saber qué es la soledad, pudiendo ser arrancadas por esto o por ello; creo que son como los humanos. Llegamos a vivir y se nos forja la idea de ser en sociedad, mas cuando uno lo requiere, nos damos cuenta de que las hojas caen o se desprenden por sí solas.
Uno aprende a ser más tallo que hoja, pero a pesar de eso siempre está la tendencia a brotar. No se puede ignorar eso. Nunca comprendes todo del todo.
Las horas se acumularon, no sin ser adelantadas por los pensamientos y por la indecisión: él tenía la guitarra, ellos no llegarían pronto y de ella? no sabía nada, pero la esperaba. Por eso me quedaba ahí. El hecho de ir con cualquiera implicaba el miedo de que llegase y yo ya no estuviera ahí, las baladas surrealistas de los guardias me distraían.
Recordé cosas que no sabía, supe que recordaba entonces: como la lluvia del día anterior; él no podía recibirme en casa, ellos no respondían el teléfono, estaban siendo juntos seguramente. Me había ido creyendo que mi soledad ayudaría y que las cosas saldrían bien.
Estar solo está bien, pero solamente bajo la lluvia no. No es tan divertido cuando la garganta enfría, tus pies se empapan y el abrigo no es cálido. Así es como se vuelve imposible no darse cuenta; te hizo suspirar al llegar cuando traía sus mejores ropas, pero La Ciudad también es cruel.
No todo lo bueno que recuerdas está igual, no está todos los días. Se siente bien en el momento, no deja de ser efímero. Pero llegaría, tenía que llegar, lo sabía. Ya había sabido de ella otra vez, ahora tenía menos sentido la idea de irme; sin embargo, un par de horas comenzaban a pesar al igual que el agotamiento. Me enfrenté a esta ciudad y persistí, porque será cruel, pero vale la pena. Y estabas ahí, sonreíste.