Durante toda esta semana estuve recorriendo las escuelas primarias contándoles a los chicos porque se conmemora el 2 de Junio el "Día del Bombero Voluntario Argentino". Esta actividad me dio la oportunidad de recorrer las calles de la ciudad de una forma distinta, más pausada, más reflexiva, con otro objetivo en mente.
Al final del trayecto no me esperaba una emergencia que atender, un problema que resolver, me esperaba la luz de los ojos de unos niños. ¿Qué veían estos chicos en mi uniforme? ¿Qué códigos descifraban desde su altura, desde su mirada que desde abajo, engrandecía mi estatura en más de un sentido? Una mirada a veces ilusionada, a veces sorprendida, a veces temerosa, pero siempre la misma y a la vez siempre distinta. ¿Acaso los niños ven cosas que los adultos olvidamos hace tiempo?
Lo primero que noté, fue que los niños de uniformes elegantes, de colegio de pago, me recibían con la alegría del que recibe a un amigo que cruza todo el día por la calle pero que igual se alegra de que venga a visitarlo. Los niñitos de blancos guardapolvos, me conocían, me saludaban, me escuchaban y aplaudían, se reían, en fin, compartían una fiesta que era de ellos. Sin embargo cuanto más llegaba a los arrabales de la ciudad, más me daba cuenta de que los guardapolvitos ya no eran tan blancos, de que las miradas ya no eran francamente abiertas, sino que en sus ojitos se asomaba apenas una inocencia desconfiada detrás de puertas que no debían siquiera existir.
Pensé ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué estos pibes no se ven todos iguales?. De repente, casi sin quererlo, me encontré cara a cara con historias que apenas intuía o suponía y que se corporizaban cruelmente frente a mis ojos.
Hacía mucho calor con el estructural y el casco y una vez más como tantas veces pensé que iba a renegar del peso y la incomodidad del uniforme "hasta que lo ví" no sé quién era o si era el mismo o muchos pibes pero de pronto me dí cuenta de que tenía rodeada la cintura de abrazos postergados, de risas contenidas que por fin se liberaban, que los tenía trepados a mis botas, colgados de mis tiradores y que eran chicos como mis hijos o los tuyos pero distintos, tal vez porque la arbitrariedad del destino les restringió la infancia o les prohibió la risa.
Entonces a pesar de que el peso del estructural se había incrementado con los pibes que me usaban de juego de plaza, me di cuenta de que ya no me pesaba nada, porque ese uniforme me había puesto en un lugar en el que no esperaba estar y esos pibes de naricitas húmedas y guardapolvitos no tan blancos, le estaban dando un sentido más a mi vocación de ser bombero.
Podemos estar siempre preparados para salir a una emergencia, dispuestos a dejar la vida por ayudar a los demás, eso lo sé desde el día que me inicié e hice un juramento, pero ahora también sé que ser bombero significa mucho más.
Una visita a una escuela, una sonrisa, un dibujo, un abrazo, pasado por el filtro de ser bombero, tal vez sean capaces de cambiar un rumbo, de hacer que un pibe que nació con el estigma de la desdicha, piense que en el mundo hay un lugar para él. Tal vez los bomberos tenemos más formas de salvar vidas de las que creíamos.