Quiero una vida de gatos
Que momento espantoso cuando hay un apagón y te quedas sin WiFi, los electrodomésticos que tienes ganas de usar se te ríen en la cara y el celular, la computadora, la tablet... En fin, se entiende.
Eso me ha pasado hace unas semanas, y como no tenía tareas ni citas, la cosa se veía espantosa. Al principio, la primera depresión: el llorar la injusticia divina de la privación a la electricidad. Luego la paranoia, ¿quién lo hizo, qué tengo que aprender? Y la verdad que poco a poco lo fui deduciendo. Vivo con mi familia tipo, soy la hija de esa ecuación, y somos de la clase promedio 4.0. Totalmente dependientes de la tecnología, mutantes del capitalismo y a honra. Mis padres tomaron el auto y marcharon a casa de conocidos, mi hermano a lo de un amigo del barrio opuesto.
En conclusión, me quedé con mis tres gatos y la casa oscura. Leí libros que pretendí en un momento terminar, escuche radio a pilas, escribí en un intento desesperado de que el apagón me dotará de creatividad, pero nada. La desesperación hacia que me llevara de ansiedad, me senté en el piso, hablé sola, soñé despierta, pero nada.
En un momento de total frustración me quedé observando a mis animales, peludos, gorditos y grandes. Ellos -cuando no duermen- andan juntos para todos lados. Si uno va a la cocina, a medida que se despiertan se buscan hasta estar en el mismo lugar. Y cuando quieren jugar lo hacen entre los tres. Ellos no tienen una red invisible que los separe, fragmente haciéndoles creer que los unen con el mundo y las respuestas.
Me di cuenta que las formas de comunicación actuales acortan tanto el espacio, o mejor dicho, disimulan tanto el océano entre los cuerpos que perdimos el sentido de dejar de lado el aparato e ir a ver por la ventana el día, la noche, el sol, la lluvia.
No paramos para pensar en como hacemos las cosas, simplemente actuamos. Ya no te dicen a la cara una palabra de aliento, te escriben una carta cursi rozando lo increíble y lo publican por todas partes, cuando en realidad un brazo, un apretón de manos o una mirada a los ojos frente a frente es más urgente. Por eso me prometí no ser de los dependientes a un aparato, decidí reflexionar y accionar. En cuanto la luz volvió continúe escuchando la radio a pilas y acariciando a los gatos por tiempos.
Cuando mi hermano llegó le pedí, mientras cargaba su celular que me dejara preguntarle por su vida, autómata lo hizo y hasta llegó a reír sinceramente como antes. Cuando mis padres volvieron, les propuse cocinar juntos, se opusieron pero aceptaron con la condición de revisar cada tanto el celular. Con algo se empieza, no se puede caminar a la primera.
Aún queda mucho por entender, muchos por despertar. Como tú. Pero no te eches la culpa, no los culpes. A veces necesitas un apagón para darte cuenta que prefieres una vida de gatos, encontrar a tus grandes amigos y vivir por medio de la presencia dejando de lado el ciberespacio. Sólo te deseo un apagón, un guiño tras esta nota.