Porque amor cuando no muere mata, porque amores que matan...
Llevo un par de meses, cosa así de catorce, tratando de superar la ruptura de una relación que a todas luces (y dicho así por algunos amigos y familiares que se enteraron de la misma) me estaba robando algo más que el tiempo. Si debo ser sincera, en ese lapso realmente no he avanzado mucho. He tenido que pasar incluso por la ayuda de profesionales de la salud mental, lo he hecho después de haber pasado con más pena que gloria por casi todas las terapias ocupacionales que se recomiendan para el caso: yoga, arte terapia, psicoanálisis, figuras de fomi I y II. Después de comprobar que no había logrado el objetivo deseado, que no era otra cosa que salir del paso con la menor cantidad de cicatrices posibles, opte por asistir con un psiquiatra.
No obstante a mis múltiples andanzas por el callejón de los "¿por qué?", es hasta ahora cuando caigo en cuenta de que en realidad, cuando uno pasa por este tipo de "relaciones destructivas", y sobre todo, cuando uno pasa por una "ruptura destructiva", le achaca a la contraparte de la relación todas y cada una de las perdidas y desilusiones que se pueden ir presentando cuando en realidad, una vez separados, es uno mismo quien es responsable del caos y la destrucción que a veces se presentan.
Pensémoslo con objetividad: ante la ruptura amorosa caemos en una especie de círculo vicioso plagado de acciones que van desde las menos perjudiciales pero dolorosas hasta las más insanas y reprobables.
Hablo por ejemplo, de encerrarse en el mundo de las canciones tristes, de esas que en México conocemos como "despechadas". De volverse amigo de José Alfredo y Chavela, de Paquita y Jenny, en mí caso, de Sabina y Drexler. Hablo también de enredarse en romances de medio cuarto de libra sin estar preparados aún para adoptar un compromiso con otra persona. De aplicar aquel conocido y viejo refrán de "un clavo saca a otro clavo" cuando ni siquiera tenemos fuerza suficiente para clavar o echarse un clavado para reencontrarse con el amor y el romance.
Llegamos a convertirnos en los cancerberos de nuestro propio infierno. Con la llegada de las redes sociales, y aun cuando eliminemos todo rastro y huella de "los innombrables", muchas veces no perdemos la oportunidad de ir a espiar las novedades de las que ya no formamos parte. Y con todo y eso, por orgullo muchas veces, no logramos aceptar ante los demás, que aquello que nos mantiene las ojeras encendidas y los ojos apagados tiene un nombre y apellido y que, probablemente, ese nombre ya esté siendo pronunciado por alguien más.
Nos volvemos adictos a la tristeza, nos aferramos a lo que ya no podrá ser pero lo más curioso del caso es que insistimos en que esto no es así. Nuestro autoengaño nos lleva a pensar que llevamos de maravilla el proceso del duelo, y que, los altibajos, son cosa de tiempo. No siempre es así.
Por supuesto que habrá quien lleve con toda elegancia y dignidad las rupturas sentimentales. Hay seres humanos extraordinarios y bien equilibrados que logran el Nirvana emocional en poco tiempo después del termino de sus relaciones sentimentales, pero habría que reconocer que somos los más quienes en determinado momento de nuestras vidas hemos tenido uno de esos amores que no mueren y nos medio matan, o debería decir, uno de esos amores a los que nos aferramos tanto que terminamos, por nuestra propia mano, culpabilizándolo de nuestra prematura muerte en el ámbito sentimental luego de la ruptura.
Probablemente esta extraña adicción a la tristeza romántica provenga de una especie de programación cultural inconsciente. Novelas, películas, poesía, una vez más canciones. Un mil cosas más que hacen alarde al flagelo de la separación dolorosa donde existen víctimas y desde luego victimarios. Y así poco a poco, y en pequeñas dosis, nos convertimos en fans del melodrama ajeno hasta que llega la hora que protagonizar el propio.
¿Está mal? No soy quien para juzgarlo. ¿Duele? Mucho. ¿Podemos cambiarlo? Deberíamos. Tendríamos que aprender más de aquellos seres extraordinarios de los que hablaba letras más arriba. Deberíamos salvar la dignidad y echarla por delante cuando la nube gris acecha. Yo lo voy descubriendo algo tarde, aunque para estas cosas, dicen los expertos, lo que importa realmente es descubrirlo, no importa que tan tarde o tan temprano se comience. Y además, si de algo sirve, me gusta creer que con poner el dedo en la llaga, estoy haciendo labor de promoción y ayudando a otros a descubrir que se puede vivir más allá de un amor que no muere pero mata.