La masturbación en tiempos de roomie

La masturbación en tiempos de roomie

El deseo se ocultaba  por debajo de los documentos falsos de cada identidad. El deseo siempre es algo que hay que llevar escondido.

Había que esperar que todos se fueran. El miedo de ser expiada habitaba mientras algún recuerdo inoportuno se mezclaba con una palabra que sonaba a jadeo. Esperar el vacío total. El silencio preciso para cometer  el crimen  y  desenmascaras el rostro de los habituales buenos días.

Ella sentada  sabía  que sus manos construirían ese espacio sagrado. Sus manos y el centro para viajar a la luna, Sus manos para acompañar  a la soledad, sus manos para llenar de música el silencio de  aquel pequeño departamento alquilado en el peor barrio de Buenos Aires.

Solía hablar en susurro, mientras que en la hora del té  se acompañaba con   aburridas conversaciones de Bolaño, Picasso, Shakespeare o Borges. Daba vuelta a la taza del té como quien espera que se agoten todas las palabras y llegue la hora de irse a alguna clase de yoga,  o alguna orgía universitaria, o una simple copa de vino con el amante  recordado. A veces aquellos  expías se quedaban días y noches sin salir de su zona de vigilancia (las largas visitas inesperadas), entonces ella debía   detener sus manos para evitar un delito en su presencia. Mientras se contenía  le temblaba todo el cuerpo, las piernas se doblaban de un lado y del otro, contener el deseo femenino nunca es algo fácil, es una tercera guerra mundial entre  la cordura y la locura.

Otras noches, todos los pasos se iban, todas las puertas marcaban salida, la casa se quedaba sola, ni un solo respiro, LA INTIMIDAD TOTAL. Entonces sus manos se colaban entre las faldas, se evocaban todos los amores épicos, los triunfadores y los fracasados. Los minutos empezaban a nadar en el plano del infinito. Ella nadaba en esa playa de deseos sin miedo a naufragar  y en un grito hacia  retumbar todas las casas vecinas. Los vecinos  se preguntaban:

 ¿De dónde venía el temblor?, ¿De dónde venía esa voz ?

Ya él no estaba, pero sus manos solía traerlo para llevarlos siempre  al  hermoso viaje de la luna azul, aquella que alguna vez conocieron juntos en  alguna calle de su comienzo. Las manos aterrizaban y todo el cuerpo quedaba a la espera que  el ciclo volviera  a  entrar otra noche sin pedir permiso.

Las manos son el lugar perfecto 

 

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